La escuela en tiempos de pandemia (Karina, Valdivia)

La sala se quedó vacía, nadie corre por el patio.

El virus amenazante hizo que los niños y niñas se refugiaran en sus casas todo un año para proteger sus vidas y también las de sus familias.

El estallido social y la pandemia nos dijo en nuestras narices que vivíamos en un país desigual y la infancia sufre con crudeza esa realidad.

No todos los niños y niñas chilenas tiene acceso a internet y cuando la escuela se cierra, levantar la solución para llevar la escuela a la casa no es tan fácil de buenas a primeras.

Ella lidera el trabajo docente en una escuela que es un jardín de flores diversas, virtud escasa en nuestro país. En sus salas se sienta hijos e hijas de cunas distintas, de origen diverso, niños y niñas mapuches y niños y niñas de piel clara, nutriéndose unos de otros de sus contextos, de su sabiduría y de sus experiencias.

La influencia de María Montessori deja un sello especial en el trabajo docente que ella lidera, en la impronta con que los niños y niñas aprenden a mirar el mundo.

Ella cautela que cada acción educativa sea una experiencia que eleve la capacidad reflexiva de los niños y niñas, tal como lo hace la araucaria cuando en su follaje celestial nacen los piñones que serán la semilla de la vida buena que ella anhela para sus estudiantes. Una vida en que el origen no determine la senda del futuro que están llamados a construir.

Ha sido un año de dobles y triples jornadas, ha sido un año de dolores y de resurgimientos, pero por sobre todo ha sido un año de lecciones, de esas que no necesariamente se planifican en el libro de clases.

La misión fue no dejar a ningún estudiante atrás, avanzar todos juntos articulando distintos canales de acción.

Nada de esto lo enseñan en la facultad de educación ni en las jornadas de perfeccionamiento, solo se logra cuando se pone el corazón en la jornada, cuando se activa el equipo bajo la premisa de que educar es amar.

Ella lo sabe, ella lo logró y sus estudiantes jamás lo olvidarán.